La necesidad del pensamiento complejo
¿Qué es la complejidad? A primera vista la complejidad es un tejido (complexus: lo que está
tejido en conjunto) de constituyentes heterogéneos inseparablemente asociados: presenta la
paradoja de lo uno y lo múltiple. Al mirar con más atención, la complejidad es, efectivamente,
el tejido de eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares, que
constituyen nuestro mundo fenoménico. Así es que la complejidad se presenta con los rasgos
inquietantes de lo enredado, de lo inextricable, del desorden, la ambigüedad, la incertidumbre...
De allí la necesidad, para el conocimiento, de poner orden en los fenómenos rechazando el
desorden, de descartar lo incierto, es decir, de seleccionar los elementos de orden y de
certidumbre, de quitar ambigüedad, clarificar, distinguir, jerarquizar... Pero tales operaciones,
necesarias para la inteligibilidad, corren el riesgo de producir ceguera si eliminan los otros
caracteres de lo complejo; y, efectivamente, como ya lo he indicado, nos han vuelto ciegos.
Pero la complejidad ha vuelto a las ciencias por la misma vía por la que se había ido. El
desarrollo mismo de la ciencia física, que se ocupaba de revelar el Orden impecable del mundo,
su determinismo absoluto y perfecto, su obediencia a una Ley única y su constitución de una
materia simple primigenia (el átomo), se ha abierto finalmente a la complejidad de lo real. Se ha
descubierto en el universo físico un principio hemorrágico de degradación y de desorden
(segundo principio de la Termodinámica); luego, en el supuesto lugar de la simplicidad física y
lógica, se ha descubierto la extrema complejidad microfísica; la partícula no es un ladrillo
primario, sino una frontera sobre la complejidad tal vez inconcebible; el cosmos no es una
máquina perfecta, sino un proceso en vías de desintegración y, al mismo tiempo, de
organización.
La complejidad
La idea de complejidad estaba mucho más diseminada en el vocabulario común que en el
científico. Llevaba siempre una connotación de advertencia al entendimiento, una puesta en
guardia contra la clarificación, la simplificación, la reducción demasiado rápida. De hecho, la
complejidad tenía también delimitado su terreno, pero sin la palabra misma, en la Filosofía: en
un sentido, la dialéctica, y en el terreno lógico, la dialéctica hegeliana, eran su dominio, porque
esa dialéctica introducía la contradicción y la transformación en el corazón de la identidad.
El paradigma de la complejidad
No hace falta creer que la cuestión de la complejidad se plantea solamente hoy en día, a partir
de nuevos desarrollos científicos. Hace falta ver la complejidad allí donde ella parece estar, por
lo general, ausente, como, por ejemplo, en la vida cotidiana.
La complejidad en ese dominio ha sido percibida y descrita por la novela del siglo XIX y
comienzos del XX. Mientras que en esa misma época, la ciencia trataba de eliminar todo lo que
fuera individual y singular, para retener nada más que las leyes generales y las identidades
simples y cerradas, mientras expulsaba incluso al tiempo de su visión del mundo, la novela, por
el contrario (Balzac en Francia, Dickens en Inglaterra) nos mostraba seres singulares en sus
contextos y en su tiempo. Mostraba que la vida cotidiana es, de hecho, una vida en la que cada
uno juega varios roles sociales, de acuerdo a quien sea en soledad, en su trabajo, con amigos o
con desconocidos. Vemos así que cada ser tiene una multiplicidad de identidades, una
multiplicidad de personalidades en sí mismo, un mundo de fantasmas y de sueños que
acompañan su vida. Por ejemplo, el tema del monólogo interior, tan importante en la obra de
Faulkner, era parte de esa complejidad. Ese inner.speech, esa palabra permanente es revelada
por la literatura y por la novela, del mismo modo que ésta nos reveló también que cada uno se
conoce muy poco a sí mismo: en inglés, se llama a eso self-deception, el engaño de sí mismo.
Sólo conocemos una apariencia del sí mismo; uno se engaña acerca de sí mismo. Incluso los
escritores más sinceros, como Jean-Jacques Rousseau, Chateaubriand, olvidan siempre, en su
esfuerzo por ser sinceros, algo importante acerca de sí mismos.
El paradigma de la simplicidad
Para comprender el problema de la complejidad, hay que saber, antes que nada, que hay un
paradigma de simplicidad. La palabra paradigma es empleada a menudo. En nuestra
concepción, un paradigma está constituido por un cierto tipo de relación lógica
extremadamente fuerte entre nociones maestras, nociones clave, principios clave. Esa relación
y esos principios van a gobernar todos los discursos que obedecen, inconscientemente, a su
gobierno.
Así es que el paradigma de simplicidad es un paradigma que pone orden en el universo, y
persigue al desorden. El orden se reduce a una ley, a un principio. La simplicidad ve a lo uno y
ve a lo múltiple, pero no puede ver que lo Uno puede, al mismo tiempo, ser Múltiple. El
principio de simplicidad o bien separa lo que está ligado (disyunción), o bien unifica lo que es
diverso (reducción).
Tomemos como ejemplo al hombre. El hombre es un ser evidentemente biológico. Es, al
mismo tiempo, un ser evidentemente cultural, meta-biológico y que vive en un universo de
lenguaje, de ideas y de conciencia. Pero, a esas dos realidades, la realidad biológica y la realidad
cultural, el paradigma de simplificación nos obliga ya sea a desunirlas, ya sea a reducir la más
compleja a la menos compleja. Vamos entonces a estudiar al hombre biológico en el
departamento de Biología, como un ser anatómico, fisiológico, etc., y vamos a estudiar al
hombre cultural en los departamentos de ciencias humanas y sociales. Vamos a estudiar al
cerebro como órgano biológico y vamos a estudiar al espíritu, the mind, como función o
realidad psicológica. Olvidamos que uno no existe sin el otro; más aún, que uno es, al mismo
tiempo, el otro, si bien son tratados con términos y conceptos diferentes.
La máquina no trivial
Los seres humanos, la sociedad, la empresa, son máquinas no triviales: es trivial una máquina
de la que, cuando conocemos todos sus inputs, conocemos todos sus outputs; podemos
predecir su comportamiento desde el momento que sabemos todo lo que entra en la máquina.
En cierto modo, nosotros somos también máquinas triviales, de las cuales se puede, con
amplitud, predecir los comportamientos.
En efecto, la vida social exige que nos comportemos como máquinas triviales. Es cierto que
nosotros no actuamos como puros autómatas, buscamos medios no triviales desde el
momento que constatamos que no podemos llegar a nuestras metas. Lo importante, es lo que
sucede en momentos de crisis, en momentos de decisión, en los que la máquina se vuelve no
trivial: actúa de una manera que no podemos predecir. Todo lo que concierne al surgimiento
de lo nuevo es no trivial y no puede ser predicho por anticipado. Así es que, cuando los
estudiantes chinos están en la calle por millares, la China se vuelve una máquina no trivial... ¡En
1987-89, en la Unión Soviética, Gorbachov se condujo como una máquina no trivial! Todo lo
que sucedió en la historia, en especial en situaciones de crisis, son acontecimientos no triviales
que no pueden ser predichos por anticipado. Juana de Arco, que oye voces y decide ir a buscar
al rey de Francia, tiene un comportamiento no trivial. Todo lo que va a suceder de importante
en la política francesa o mundial surgirá de lo inesperado.
Nuestras sociedades son máquinas no triviales en el sentido, también, de que conocen, sin
cesar, crisis políticas, económicas y sociales. Toda crisis es un incremento de las
incertidumbres. La predictibilidad disminuye. Los desórdenes se vuelven amenazadores. Los
antagonismos inhiben a las complementariedades, los conflictos virtuales se actualizan. Las
regulaciones fallan o se desarticulan. Es necesario abandonar los programas, hay que inventar
estrategias para salir de la crisis. Es necesario, a menudo, abandonar las soluciones que
solucionaban las viejas crisis y elaborar soluciones novedosas.
Prepararse para lo inesperado
La complejidad no es una receta para conocer lo inesperado. Pero nos vuelve prudentes,
atentos, no nos deja dormirnos en la mecánica aparente y la trivialidad aparente de los
determinismos. Ella nos muestra que no debemos encerrarnos en el contemporaneísmo, es
decir, en la creencia de que lo que sucede ahora va a continuar indefinidamente. Debemos
saber que todo lo importante que sucede en la historia mundial o en nuestra vida es totalmente
inesperado, porque continuamos actuando como si nada inesperado debiera suceder nunca.
Sacudir esa pereza del espíritu es una lección que nos da el pensamiento complejo.
El pensamiento complejo no rechaza, de ninguna manera, la claridad, el orden, el
determinismo. Pero los sabe insuficientes, sabe que no podemos programar el descubrimiento,
el conocimiento, ni la acción.
La complejidad necesita una estrategia. Es cierto que los segmentos programados en
secuencias en las que no interviene lo aleatorio son útiles o necesarios. En situaciones
normales, la conducción automática es posible, pero la estrategia se impone siempre que
sobreviene lo inesperado o lo incierto, es decir, desde que aparece un problema importante.
El pensamiento simple resuelve los problemas simples sin problemas de pensamiento. El
pensamiento complejo no resuelve, en sí mismo, los problemas, pero constituye una ayuda
para la estrategia que puede resolverlos. Él nos dice: «Ayúdate, el pensamiento complejo te
ayudará.»
Lo que el pensamiento complejo puede hacer es darle a cada uno una señal, una ayudamemoria,
que le recuerde: «No olvides que la realidad es cambiante, no olvides que lo nuevo
puede surgir y, de todos modos, va a surgir.»
La complejidad se sitúa en un punto de partida para una acción más rica, menos mutilante. Yo
creo profundamente que cuanto menos mutilante sea un pensamiento, menos mutilará a los
humanos. Hay que recordar las ruinas que las visiones simplificantes han producido, no
solamente en el mundo intelectual, sino también en la vida. Suficientes sufrimientos aquejaron
a millones de seres como resultado de los efectos del pensamiento parcial y unidimensional.
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